dijous, 26 de setembre del 2019

REVISTA SKORPIO Nº 61 SEPTEMBRE 2019 PÀGINA 16 " POLÍTICAMENTE INCORRECTO "


61 POLÍTICAMENTE INCORRECTO
Focus: Política
Fecha: 12/09/2019
Dejadme compartir por unos momentos las reflexiones de un independentista independiente, que no tiene que acudir a ningún cenáculo ni consultar ningún manual para decir lo que piensa sobre el contencioso Catalunya–España. Ésta ha sido siempre la ventaja de los librepensadores.
En primer lugar y cuando soplan vientos no favorables conviene recordar las palabras de Winston Churchill, que transcurrido el primer año de la II Guerra Mundial y habiendo ocupado Alemania media Europa, dijo a sus conciudadanos: “El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. No perdáis el entusiasmo, es el alimentador de todas nuestras reivindicaciones.
Si analizamos el problema desde la lógica formal, nos encontramos con un hecho que resulta paradójico: Catalunya, una nación sin Estado, se encuentra enfrentada a España, un Estado sin nación. La Nación es un hecho natural; el Estado es una construcción humana. La Nación vive; el Estado administra.
Que Catalunya es una nación no necesita mayor argumentario. Una colectividad que comparte a lo largo de la historia registrada una cultura, una lengua, una forma de interpretar la realidad (una Weltanschauung), unas tradiciones, unas leyendas, unos mitos, etc., es una nación. Una nación que se quedó sin Estado cuando se lo arrebataron en 1714. España por su parte, como bien dijo el historiador británico Henry Kamen, se preocupó tanto de su Imperio que se olvidó de constituir una nación. Luego precipitadamente urdió ciertos componentes de la incipiente nación castellana y trató de imponerla desde el aparato del Estado sobre todo el territorio, en una sostenida operación de liquidación de las naciones históricas (“hay que castellanizar a los niños catalanes”, dijo más recientemente el locuaz señor Wert). Y además lo hizo de una forma burda y chabacana, maltratando su propia lengua, y potenciando sus valores más oscuros, como la ortodoxia religiosa, la violencia y la agresividad, y simbolizando su marca con espectáculos tan deleznables como “la fiesta de los toros” o tan esperpénticos como los cantos de exaltación de “la Roja”.
Llegados aquí es evidente que Catalunya y los catalanes (los que quieren voluntariamente serlo) tienen que encontrar una salida para acabar con una situación de bloqueo. El Estado no lo permite; por lo tanto, somos sus prisioneros.
Veamos algunas hipótesis de salida:

1). Negociar con el Estado. Pero para negociar se necesita que las partes estén dispuestas. En este caso sería una relación bilateral. Ya sabemos que el Estado se niega, hace caso omiso de nuestras peticiones. Insistir por este camino es una pérdida de tiempo. La única opción que tenemos es la unilateralidad, como lo fue el referéndum del primero de octubre. Aquello fue un acto de presión que luego no se supo materializar. Pero fue nuestra decisión, estuvo en nuestras manos. Tomamos la iniciativa y debilitamos a nuestro adversario. Sólo una confrontación democrática y pacífica con el Estado puede marcar nuestro futuro.
Y no es que España sin Catalunya no pudiera ser viable en términos económicos, pero quizás no jugaría en primera división (a lo mejor en segunda B) y eso la hidalguía castellana subliminalmente no se lo puede permitir. Detrás de los eslóganes de “la unidad de España” y “quieren romper España”, hay un hecho muy prosaico: quieren nuestro dinero. El gran limitador es el Estado español. Es ese conglomerado de los partidos dinásticos (PP y PSOE) más sus marcas blancas (Ciudadanos, Vox y un ambiguo Unidas Podemos), vinculados, unos más que otros, al franquismo sociológico de la burocracia española. Es ese falso progresismo de un PSOE (y su delegación de ventas en Catalunya PSC-PSOE) que permite, y en ocasiones aplaude, la impunidad del aparato represor. Ya lo dijo nuestro viejo kulak Josep Pla“Lo que más se parece a un español de derechas es un español de izquierdas”.

2). Pedir una vez más la intervención de la Unión Europea. Esto es hacer el ridículo. La Unión Europea está representada por los altos funcionarios de cada Estado miembro, que se cubren sus innumerables vergüenzas para mantener el statu quo. Sólo hace falta prestar atención a sus principales representantes, en ese taimado equilibrio de reparto de poltronas. Es un cementerio de elefantes, con perdón por referirme a ese noble animal. Allí quedan aparcados políticos en desuso, en unas condiciones económicas inmejorables. Las decisiones de sus órganos rectores son, en la mayoría de los casos, no vinculantes. La Unión Europea “no sabe, no contesta”, no solamente frente al contencioso catalán, sino ante las olas migratorias de los últimos años. ¿Dónde están los casi cuatro millones de refugiados sirios, iraquíes, libios que pretendían entrar en Europa? ¿Por qué no se habla de este tema? ¿Es cierto que en la Turquía asiática hay campos de refugiados abandonados a su suerte? ¿Por qué la Comisión Europea no reprueba las sentencias de hace un par de semanas contra tres mujeres iraníes que se han negado a llevar el burca? ¿O es que una pena de 33 años por ese delito les parece razonable a esa vergüenza de burócratas? La Unión Europea ha sido un fracaso político, económico y social. Para nosotros su única virtud es que ha actuado (sin quererlo) de barrera psicológica para que el aparato del Estado español no haya sido más cruel con los disidentes. Olvidémonos de la UE.

3). Buscar la complicidad del poder real, no del poder derivado. El poder real, el que mueve el mundo, está muy lejos de aquí. En el mundo liberal-conservador está en Nueva York, en Washington y en Londres; en el mundo de las dictablandas está en Pekín y en  Moscú. El poder real del primer bloque no son los políticos (el presidente Trump es una excepción que tiene fecha de caducidad), sino los grandes gestores de dinero (los “oligarcas camuflados”), que se ocultan en la “banca en la sombra”, ese conjunto de fondos de pensiones, de capital riesgo, de cobertura, fondos soberanos, fondos mutuos y otras variaciones, que constituyen el núcleo duro del capitalismo financiero.
A modo de ejemplo, en el Estado español se habla mucho del poder del Ibex/35, como el auténtico manipulador de las voluntades públicas. Pero lo que no se dice es que el mercado bursátil español es pequeño y está muy concentrado, lo que significa que diez valores controlan el ochenta por ciento del valor de capitalización. Tampoco se dice que en esos diez valores, los primeros o segundos accionistas son fondos de inversión norteamericanos, que operan a corto plazo para obtener buenas plusvalías. Entre los más relevantes destacaremos BlackRock (con central en Park Avenue no en la Castellana), que maneja una cartera de casi siete billones de dólares, más de cinco veces el PIB del Estado español. La Bolsa española es una bolsa en constante situación de alto riesgo.
Y esos inversores internacionales conocen muy bien la debilidad de un Estado cuya Deuda Pública reconocida es igual a su PIB, lo que significa que deberíamos estar todo un año sin cobrar (ni salarios ni pensiones) y sin repartir dividendos, ni subvenciones, ni ayudas de cualquier naturaleza para redimir ese pasivo. También saben que ese Estado (es decir, los contribuyentes) ha de pagar cada año (y esto va a más) el servicio de la deuda (los intereses) y que ese servicio asciende a 32.500 millones de euros, o sea a 89 millones diarios. Es un Estado que mantiene su pomposidad pero está en la frontera de la quiebra financiera, por no referirnos a la quiebra moral, ya que sabemos que a los inversores ese tipo de quiebra les tiene sin cuidado.
Por último, sus analistas ponen sus señales de alerta en un Déficit Público estructural consolidado (se gasta más de lo que se ingresa), y eso que las externalidades hacen de ángel protector. Si el barril de crudo se dispara y/o el precio del dinero cambia de orientación, el Estado español entra en barrena y suspende pagos. Y como los grandes acreedores son extranjeros (empezando por el BCE) el problema puede extenderse, afectar a otros territorios y, sobre todo, perjudicar al euro y a su política monetaria.
Es por ello que la búsqueda de esa complicidad por parte de nuestros políticos profesionales es de obligado cumplimiento. No es difícil documentar todo esto, desarrollarlo y hablar con quien tiene poder de decisión. A nadie en su sano juicio (españoles aparte) le conviene que el contencioso Catalunya–España  se incruste. Eso sí, hay que hacerlo oficiosamente, sin hacer ruido, de manera profesional. Hay que mostrar a los acreedores internacionales que su dinero está en juego. Cuando estos tomen conciencia de la situación se moverán para defender sus intereses.
También a más largo plazo, nuestro contencioso puede ser atractivo para los apparatchiks de las dictablandas. No debemos olvidar que el centro de poder mundial se decanta hacia el este y esto ofrece muchas oportunidades. Aprendamos de los anglosajones: no hay amigos ni enemigos, sino intereses. Pero hay que ponerse en contacto con ellos.

¿Y qué puede una Catalunya independiente ofrecer a cambio de este apoyo? Muchas cosas:
  • Somos el norte del sur. Más centroeuropeos que ibéricos
  • Una muy buena posición geoestratégica.
  • Una cultura del esfuerzo.
  • Una disciplina en el trabajo.
  • Un concepto meritocrático.
  • Un aparato del Estado ligero y moderno.
  • Una estructura de PIB en la que la industria todavía pesa.
  • Una demografía empresarial atractiva.
  • Una visión calvinista del trabajo.
  • Una cultura en la que la iniciativa privada es dominante.
  • Un concepto claro de la palabra dada.
  • Un espíritu innovador.

Y sobre todo una Polis organizada e ilusionada. Probablemente el activo más importante.
Y entretanto, ¿qué puede hacer el pueblo llano para acompañar estas acciones? Puede hacer mucho, más de lo que se supone. Veamos:
  • Hacer realidad el “consumo estratégico” que propone la ANC. Consumo estratégico es comprar y consumir preferentemente aquellos productos y servicios que sea conformes a nuestro ideario. El kosher para los judíos, el no animal para los veganos, el producto de proximidad para mucha gente, son opciones de consumo estratégico. Confundir esto con el boicot es ignorar las más simples estrategias de marketing. ¿Sois capaces de dimensionar el impacto económico de un cambio de comportamiento de más de dos millones de personas? Que algunas patronales españolistas hayan mostrado su desacuerdo y lo hayan denunciado solo significa que estamos en el buen camino. Como dijo una vez Leonard Cohen“Yo sé de qué lado estoy cuando veo quien está al otro lado”.

  • Poner en práctica la estrategia del “entrismo”, vieja conocida de la teoría política. Se trata de introducirse en las instituciones para cambiarlas desde dentro. Esto es lo que ha hecho el colectivo Eines de País, en la Cámara de Comercio de Barcelona. Y hay muchas instituciones en Catalunya que se abrirían a esta experiencia. Y no nos referimos a organizaciones o instituciones políticas.

  • Mantener vivo el combate de los símbolos: esteladas, lazos amarillos, banderas, todo aquello que el merchandising moderno pone a nuestra disposición e imaginación. Hay que ritualizar el movimiento, sin caer en el error de hacer de los gestos el instrumento principal del cambio.

Hay mucho trabajo por hacer y multitud de caminos. Pero antes hagamos autocrítica y luego vayamos al grano:
  • Enterremos el “llirisme”. Basta de ir con el lirio en la mano.
  • Recordemos a los partidos y a sus unidades de mando que están ahí porque los votamos. Que sus estructuras orgánicas son necesarias pero no suficientes. Que mantendremos el espíritu crítico y la libertad de voto.
  • Hagamos las cosas tan profesionalmente como sepamos. No es suficiente con buena voluntad.
  • Manifestemos nuestro disgusto por el narcisismo y el mesianismo.
  • Pongamos un freno a tanto parloteo. Una nación no avanza a golpe de tweet. Menos hablar y más hacer.
  • Demos valor a la transversalidad, otro de los activos clave.
  • Aceptemos que “eixamplar la base” es una coartada para inmovilizarnos. Si Lenin hubiera esperado a ampliar la base de su minúsculo partido, la Revolución rusa no se habría producido y el mundo hoy sería probablemente muy distinto.
  • Y por último y lo más importante, prioricemos el “eje nacional”. Cuando seamos independientes, será el pueblo quien eligirá las propuestas políticas que se presenten. Estamos hartos de que algunos se pavoneen de su supuesta superioridad moral y lo utilicen como coartada para no comprometerse.

Es nuestra gran oportunidad si la sabemos aprovechar. Nunca habíamos ido tan lejos. No repitamos los errores del pasado. Recordemos, ahora sí, las palabras aceradas del gran Joan Sales:
 “Desde hace quinientos años los catalanes hemos sido unos imbéciles. ¿Se trata entonces de dejar de ser catalanes? No, se trata de dejar de ser imbéciles”.


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