61 POLÍTICAMENTE INCORRECTO
Focus: Política
Fecha: 12/09/2019
Fecha: 12/09/2019
Dejadme compartir por unos momentos las reflexiones de un independentista
independiente, que no tiene que acudir a ningún cenáculo ni consultar ningún
manual para decir lo que piensa sobre el contencioso Catalunya–España. Ésta ha
sido siempre la ventaja de los librepensadores.
En primer lugar y cuando soplan vientos no favorables conviene recordar las
palabras de Winston Churchill, que transcurrido el primer año de la
II Guerra Mundial y habiendo ocupado Alemania media Europa, dijo a sus
conciudadanos: “El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso
sin perder el entusiasmo”. No perdáis el entusiasmo, es el alimentador
de todas nuestras reivindicaciones.
Si analizamos el problema desde la lógica formal, nos encontramos con un
hecho que resulta paradójico: Catalunya, una nación sin Estado, se encuentra
enfrentada a España, un Estado sin nación. La Nación es un hecho natural; el
Estado es una construcción humana. La Nación vive; el Estado administra.
Que Catalunya es una nación no necesita mayor argumentario. Una
colectividad que comparte a lo largo de la historia registrada una cultura, una
lengua, una forma de interpretar la realidad (una Weltanschauung),
unas tradiciones, unas leyendas, unos mitos, etc., es una nación. Una nación
que se quedó sin Estado cuando se lo arrebataron en 1714. España por su parte,
como bien dijo el historiador británico Henry Kamen, se preocupó
tanto de su Imperio que se olvidó de constituir una nación. Luego precipitadamente
urdió ciertos componentes de la incipiente nación castellana y trató de
imponerla desde el aparato del Estado sobre todo el territorio, en una
sostenida operación de liquidación de las naciones históricas (“hay que
castellanizar a los niños catalanes”, dijo más recientemente el locuaz
señor Wert). Y además lo hizo de una forma burda y chabacana,
maltratando su propia lengua, y potenciando sus valores más oscuros, como la
ortodoxia religiosa, la violencia y la agresividad, y simbolizando su marca con
espectáculos tan deleznables como “la fiesta de los toros” o
tan esperpénticos como los cantos de exaltación de “la Roja”.
Llegados aquí es evidente que Catalunya y los catalanes (los que quieren
voluntariamente serlo) tienen que encontrar una salida para acabar con una
situación de bloqueo. El Estado no lo permite; por lo tanto, somos sus
prisioneros.
Veamos algunas hipótesis de salida:
1). Negociar con el Estado. Pero para negociar se necesita que
las partes estén dispuestas. En este caso sería una relación bilateral. Ya
sabemos que el Estado se niega, hace caso omiso de nuestras peticiones.
Insistir por este camino es una pérdida de tiempo. La única opción que tenemos
es la unilateralidad, como lo fue el referéndum del primero de octubre. Aquello
fue un acto de presión que luego no se supo materializar. Pero fue nuestra
decisión, estuvo en nuestras manos. Tomamos la iniciativa y debilitamos a
nuestro adversario. Sólo una confrontación democrática y pacífica con el Estado
puede marcar nuestro futuro.
Y no es que España sin Catalunya no pudiera ser viable en términos
económicos, pero quizás no jugaría en primera división (a lo mejor en segunda
B) y eso la hidalguía castellana subliminalmente no se lo puede permitir.
Detrás de los eslóganes de “la unidad de España” y “quieren
romper España”, hay un hecho muy prosaico: quieren nuestro
dinero. El gran limitador es el Estado español. Es ese conglomerado de
los partidos dinásticos (PP y PSOE) más sus marcas blancas (Ciudadanos, Vox y
un ambiguo Unidas Podemos), vinculados, unos más que otros, al franquismo
sociológico de la burocracia española. Es ese falso progresismo de un PSOE (y
su delegación de ventas en Catalunya PSC-PSOE) que permite, y en ocasiones
aplaude, la impunidad del aparato represor. Ya lo dijo nuestro viejo
kulak Josep Pla: “Lo que más se parece a un español de
derechas es un español de izquierdas”.
2). Pedir una vez más la intervención de la Unión Europea. Esto
es hacer el ridículo. La Unión Europea está representada por los altos funcionarios
de cada Estado miembro, que se cubren sus innumerables vergüenzas para mantener
el statu quo. Sólo hace falta prestar atención a sus principales
representantes, en ese taimado equilibrio de reparto de poltronas. Es un
cementerio de elefantes, con perdón por referirme a ese noble animal. Allí
quedan aparcados políticos en desuso, en unas condiciones económicas
inmejorables. Las decisiones de sus órganos rectores son, en la mayoría de los
casos, no vinculantes. La Unión Europea “no sabe, no contesta”, no
solamente frente al contencioso catalán, sino ante las olas migratorias de los
últimos años. ¿Dónde están los casi cuatro millones de refugiados sirios,
iraquíes, libios que pretendían entrar en Europa? ¿Por qué no se habla de este
tema? ¿Es cierto que en la Turquía asiática hay campos de refugiados
abandonados a su suerte? ¿Por qué la Comisión Europea no reprueba las
sentencias de hace un par de semanas contra tres mujeres iraníes que se han
negado a llevar el burca? ¿O es que una pena de 33 años por ese delito les
parece razonable a esa vergüenza de burócratas? La Unión Europea ha sido un
fracaso político, económico y social. Para nosotros su única virtud es que ha
actuado (sin quererlo) de barrera psicológica para que el aparato del Estado
español no haya sido más cruel con los disidentes. Olvidémonos de la UE.
3). Buscar la complicidad del poder real, no del poder derivado. El
poder real, el que mueve el mundo, está muy lejos de aquí. En el mundo
liberal-conservador está en Nueva York, en Washington y en Londres; en el mundo
de las dictablandas está en Pekín y en Moscú. El poder real del primer
bloque no son los políticos (el presidente Trump es una excepción que tiene
fecha de caducidad), sino los grandes gestores de dinero (los “oligarcas
camuflados”), que se ocultan en la “banca en la sombra”, ese
conjunto de fondos de pensiones, de capital riesgo, de cobertura, fondos
soberanos, fondos mutuos y otras variaciones, que constituyen el núcleo duro
del capitalismo financiero.
A modo de ejemplo, en el Estado español se habla mucho del poder del
Ibex/35, como el auténtico manipulador de las voluntades públicas. Pero lo que
no se dice es que el mercado bursátil español es pequeño y está muy
concentrado, lo que significa que diez valores controlan el ochenta por ciento
del valor de capitalización. Tampoco se dice que en esos diez valores, los
primeros o segundos accionistas son fondos de inversión norteamericanos, que
operan a corto plazo para obtener buenas plusvalías. Entre los más relevantes
destacaremos BlackRock (con central en Park Avenue no en la
Castellana), que maneja una cartera de casi siete billones de dólares, más de
cinco veces el PIB del Estado español. La Bolsa española es una bolsa en
constante situación de alto riesgo.
Y esos inversores internacionales conocen muy bien la debilidad de un
Estado cuya Deuda Pública reconocida es igual a su PIB, lo que significa que
deberíamos estar todo un año sin cobrar (ni salarios ni pensiones) y sin
repartir dividendos, ni subvenciones, ni ayudas de cualquier naturaleza para
redimir ese pasivo. También saben que ese Estado (es decir, los contribuyentes)
ha de pagar cada año (y esto va a más) el servicio de la deuda (los intereses)
y que ese servicio asciende a 32.500 millones de euros, o sea a 89 millones diarios.
Es un Estado que mantiene su pomposidad pero está en la frontera de la quiebra
financiera, por no referirnos a la quiebra moral, ya que sabemos que a los
inversores ese tipo de quiebra les tiene sin cuidado.
Por último, sus analistas ponen sus señales de alerta en un Déficit Público
estructural consolidado (se gasta más de lo que se ingresa), y eso que las
externalidades hacen de ángel protector. Si el barril de crudo se dispara y/o
el precio del dinero cambia de orientación, el Estado español entra en barrena
y suspende pagos. Y como los grandes acreedores son extranjeros (empezando por
el BCE) el problema puede extenderse, afectar a otros territorios y, sobre
todo, perjudicar al euro y a su política monetaria.
Es por ello que la búsqueda de esa complicidad por parte de nuestros
políticos profesionales es de obligado cumplimiento. No es difícil documentar
todo esto, desarrollarlo y hablar con quien tiene poder de decisión. A nadie en
su sano juicio (españoles aparte) le conviene que el contencioso Catalunya–España
se incruste. Eso sí, hay que hacerlo oficiosamente, sin hacer ruido, de
manera profesional. Hay que mostrar a los acreedores internacionales que su
dinero está en juego. Cuando estos tomen conciencia de la situación se moverán
para defender sus intereses.
También a más largo plazo, nuestro contencioso puede ser atractivo para
los apparatchiks de las dictablandas. No debemos olvidar que
el centro de poder mundial se decanta hacia el este y esto ofrece muchas
oportunidades. Aprendamos de los anglosajones: no hay amigos ni enemigos, sino
intereses. Pero hay que ponerse en contacto con ellos.
¿Y qué puede una Catalunya independiente ofrecer a cambio de este apoyo?
Muchas cosas:
- Somos
el norte del sur. Más centroeuropeos que ibéricos
- Una muy
buena posición geoestratégica.
- Una
cultura del esfuerzo.
- Una
disciplina en el trabajo.
- Un
concepto meritocrático.
- Un
aparato del Estado ligero y moderno.
- Una
estructura de PIB en la que la industria todavía pesa.
- Una
demografía empresarial atractiva.
- Una visión
calvinista del trabajo.
- Una
cultura en la que la iniciativa privada es dominante.
- Un
concepto claro de la palabra dada.
- Un
espíritu innovador.
Y sobre todo una Polis organizada e ilusionada. Probablemente el
activo más importante.
Y entretanto, ¿qué puede hacer el pueblo llano para acompañar estas
acciones? Puede hacer mucho, más de lo que se supone. Veamos:
- Hacer
realidad el “consumo estratégico” que propone la ANC.
Consumo estratégico es comprar y consumir preferentemente aquellos
productos y servicios que sea conformes a nuestro ideario. El kosher para
los judíos, el no animal para los veganos, el producto de proximidad para
mucha gente, son opciones de consumo estratégico. Confundir esto con el
boicot es ignorar las más simples estrategias de marketing. ¿Sois capaces
de dimensionar el impacto económico de un cambio de comportamiento de más
de dos millones de personas? Que algunas patronales españolistas hayan
mostrado su desacuerdo y lo hayan denunciado solo significa que estamos en
el buen camino. Como dijo una vez Leonard Cohen: “Yo
sé de qué lado estoy cuando veo quien está al otro lado”.
- Poner
en práctica la estrategia del “entrismo”, vieja conocida de la
teoría política. Se trata de introducirse en las instituciones para
cambiarlas desde dentro. Esto es lo que ha hecho el colectivo Eines de
País, en la Cámara de Comercio de Barcelona. Y hay muchas
instituciones en Catalunya que se abrirían a esta experiencia. Y no nos
referimos a organizaciones o instituciones políticas.
- Mantener
vivo el combate de los símbolos: esteladas, lazos amarillos, banderas,
todo aquello que el merchandising moderno pone a nuestra disposición e
imaginación. Hay que ritualizar el movimiento, sin caer en el error de
hacer de los gestos el instrumento principal del cambio.
Hay mucho trabajo por hacer y multitud de caminos. Pero antes hagamos
autocrítica y luego vayamos al grano:
- Enterremos
el “llirisme”. Basta de ir con el lirio en la mano.
- Recordemos
a los partidos y a sus unidades de mando que están ahí porque los votamos.
Que sus estructuras orgánicas son necesarias pero no suficientes. Que
mantendremos el espíritu crítico y la libertad de voto.
- Hagamos
las cosas tan profesionalmente como sepamos. No es suficiente con buena
voluntad.
- Manifestemos
nuestro disgusto por el narcisismo y el mesianismo.
- Pongamos
un freno a tanto parloteo. Una nación no avanza a golpe de tweet. Menos
hablar y más hacer.
- Demos
valor a la transversalidad, otro de los activos clave.
- Aceptemos
que “eixamplar la base” es una coartada para
inmovilizarnos. Si Lenin hubiera esperado a ampliar la base de su
minúsculo partido, la Revolución rusa no se habría producido y el mundo
hoy sería probablemente muy distinto.
- Y por
último y lo más importante, prioricemos el “eje nacional”. Cuando
seamos independientes, será el pueblo quien eligirá las propuestas
políticas que se presenten. Estamos hartos de que algunos se pavoneen de
su supuesta superioridad moral y lo utilicen como coartada para no
comprometerse.
Es nuestra gran oportunidad si la sabemos aprovechar. Nunca habíamos ido
tan lejos. No repitamos los errores del pasado. Recordemos, ahora sí, las
palabras aceradas del gran Joan Sales:
“Desde hace quinientos años los catalanes hemos sido unos imbéciles.
¿Se trata entonces de dejar de ser catalanes? No, se trata de dejar de ser
imbéciles”.
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