LA MUJER
EDITH PIAF LA FUERZA
DEL AMOR
Edith Piaf nació con el nombre de Edith Giovanna Gassion,
hija de una cantante ambulante y de un acróbata de circo que la abandonó antes
de que ella naciera. Su madre apunto de dar a luz no alcanzó a llegar a la
maternidad y Edith nació en plena calle debajo de una farola frente la nº 72 de
la rue de Belleville en París el 19-12-1915.
La mujer era
demasiado pobre para criarla y se la entrega al cuidado de su abuela materna quién
en vez de tetero la alimenta con vino, con la excusa de que así se eliminaban
los microbios.
Después la entrega a
su padre, quien está a punto de ir al frente en la Primera Guerra Mundial, lo
que lo lleva a dejar a la niña con su abuela paterna (dueña de una casa de
prostitución en Bernay, Normandía) donde Edith es criada por las prostitutas de
la casa.
Cuando apenas tenía cuatro años una meningitis la dejó
ciega, pero poco después recobró la vista gracias, según explicó su abuela, al
devoto peregrinaje a la iglesia de Santa Teresita del Niño Jesus, en Lisieux,
que la mujer hizo con su nieta. Si los primeros años de la vida de Edith fueron
difíciles, los de su adolescencia fueron peores. Cuando apenas tenía 10 años su
padre enfermó gravemente y la pequeña empezó a cantar por la calle, recogiendo
las monedas que los transeúntes le arrojaban. En aquellas primeras actuaciones,
Edith solo cantaba la Marsellesa, el himno nacional francés, porque esa era la
única canción que conocía.
Al finalizar la
Primera Guerra Mundial, su padre vuelve del frente y la lleva consigo a vivir
la vida de los artistas de los pequeños circos itinerantes, luego la del
artista ambulante, independiente y miserable.
Edith revela su
talento y su excepcional voz en las canciones populares que canta en las calles
junto a su padre, tal y como su madre lo hacía.
En 1933, a los 17
años, tiene una hija con su amante Louis Dupont, llamada Marcelle, que muere de
meningitis a los dos años de edad, en 1935. Su autobiografía se titula Au bal du
chance. Bueno pero hablamos de La fuerza del amor, así que adentrémonos en su
vida sentimental.
Edith a pesar de no
ser precisamente una mujer guapa, y de medir apenas 1,53 m. de estatura, era una de esas,
femmes fatale que emanan un encanto especial y que hacía que los hombres
cayeran rendidos a sus pies.
Por su vida pasaron
desde sus inicios, pequeños rufianes, artistas callejeros y después hasta
hombres famosos como Marlon Brando, Yves Montand, Charles Aznavour, o Georges
Moustaki. Jugaba a deslumbrar, los conquistaba y los abandonaba. Tambien
sucumbieron a sus encantos el famoso campeón de boxeo Marcel Cerdan y actores
como John Garfield. Incluso la famosísima Marlene Dietrich, que le regaló un
diamante de un cuarto de kilo por una apasionada noche de amor
. Edith seguía viviendo “ La vie en rose “ a pesar de un
terrible accidente automoviístico en el que sufrió varias fracturas. Los
médicos le prescribieron morfina, a la que rápidamente se hizo adicta.
“Durante cuatro años viví casi como un animal o una loca:
nada existía para mi más allá del momento en que me era aplicada mi inyección y
sentía por fin el efecto de la droga”.
Piaf se inyectaba, a través de su ropa y medias, momentos
antes de subir al escenario. La única vez que actuó sin morfina fue un
desastre, y salió abucheada por su público. También empezó a beber sin control
y sus amigos intentaron que dejara ese hábito, llegando incluso a esconderle
las botellas de alcohol, pero tampoco funcionó. De todas formas su público le
adoraba, pués era el icono de Francia de la postguerra, una diva consagrada.
Sin embargo esta vida
desenfrenada que no la llenaba ni la hacía feliz, era la única que tenía y la
disfrutaba, la que asumía como parte de su esencia, por eso es que cada vez que
cantaba a viva voz la canción que la identificaba perfectamente
“Non, je ne regrette rien” (No, no me arrepiento de nada),
se le llenaban los ojos de lágrimas. Llegó a sus 46 años bien recorridos, y sin
saber como, encontró de pronto al gran amor de su vida. Se involucró en una
relación que sorprendió al mundo. Se enamoró locamente de Théo Sarapo, un joven
griego 20 años menor que ella.
Edith aseguraba que
este era el definitivo y más grande amor de su vida. Se casó con él y todo el
mundo pensó que se trataba de un “gigoló” que quería aprovecharse de su
fortuna. Para la gente fue difícil creer en el amor de una mujer mayor y famosa
con un joven adonis griego, pero Edith gritó a los cuatro vientos que Théo era
el único hombre que había amado.
Un año después de
casarse con el joven griego, en 1963 Edith Piaf murió en su casa del Boulevard
Lannes a la edad de 47 años, víctima de una cirrosis avanzada y con sus
facciones deterioradas debido a la morfina.
El gran amor de su
vida sólo le duró un año. Théo Sarapo fue el único heredero de Edith Piaf. Los
derechos discográficos, de autor y cinematográficos fueron a parar a su cuenta
bancaria. Eso confirmaba las sospechas de la gente.
La imagen de gigoló
inescrupuloso y aprovechador, se extendió por todo el mundo, mientras el
silencio del griego confirmaba todas esas sospechas. Sin embargo, siete años
después Théo Sarapo volvió a ser noticia de primera plana en los periódicos, se
había suicidado.
Sobrevivió hasta
agotar la “fabulosa” herencia recibida de su mujer, es decir, una lista
interminable de deudas. La enfermedad y adicción de Edith Piaf la había dejado
en bancarrota y con las deudas hasta el cuello.
Théo Sarapo, en
silencio, las fue pagando como pudo, una tras otra, y así hasta dejar totalmente
limpio el sagrado nombre de su amada. Cuando llegó a pagar el último centavo se
quitó la vida. ¿Para qué la quería si no podía compartirla con el único amor de
su vida?.
En su mesilla de noche hallaron una tarjeta que decía: “Pour
toi Edith, mon amour”. Théo Sarapo le enseñó al mundo y a sus detractores otra
hermosa lección de amor. Durante los siete años que demoró pagar las deudas de
su amada Edith, jamás se le vió con otra mujer. Fue enterrado junto a ella. Al
fín estarían juntos otra vez para cantar a duo desde el más allá.
Tengo la sensación de que muchas veces juzgamos sin
conocimiento de causa.
Por y para el amor debemos ser capaces de alcanzar el
infinito.
Josep
Garriga
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