CARTA DE DESPEDIDA DE PETRONIO A
NERÓN
"Bien sé, divino César, que me
esperas con impaciencia, y que tu leal corazón de amigo fiel padece con mi
ausencia. No ignoro que está dispuesto a colmarme de honores, a nombrarme
prefecto de la guardia pretoriana y a mandar a Tigelino que torne ser lo que a
los dioses les plugo que fuera: mulero, en las fincas que heredaste después de
envenenar a Dominicio; pero, divino, tengo que excusarme…
Por el Averno, y más particularmente por
las sombras de tu madre, de tu esposa, de tu hermano y de Séneca, te juro que
no puedo ir a verte. La vida es un tesoro y me vanaglorio de haber sacado de él
los materiales con que he hecho, para disfrutarlas, las más preciadas joyas;
pero también hay en la vida cosas que no tengo resignación para soportarlas
más. No creas, te lo ruego, que me ha herido profundamente el que asesinaras a
tu madre, a tu mujer y a tu hermano; que me he indignado porque incendiaras a
Roma y enviarás al Erebo a todos los ciudadanos honrados de tu imperio; no,
amadísimo nieto de Cronos: la muerte es el fin natural de todos los seres y no
era dable esperar de ti otras proezas.
Pero tener que soportar por largos años
tu canto que me destroza los oídos, ver tu barriga digna de Domicio, y tus
flacas piernas dando grotescas volteretas en la pírrica danza; escuchar tu
música, oírte declamar versos que no son tuyos, desdichado poetastro de
suburbio, son cosas verdaderamente superiores a mis fuerzas y a mi paciencia, y
han acabado por inspirarme el irresistible deseo de morir. Roma se tapa los
oídos por no oírte, y el mundo se ríe de ti y te desprecia. En cuanto a mí, no
puedo continuar avergonzándome de tu insignificancia, ni aunque pudiera lo
querría. ¡No puedo más!
Los ladridos de Cerbero serán para mí
menos molestos que tu canto, aunque a él se parezcan; porque, al fin y al cabo,
nunca fui amigo de Cerbero, no tengo motivos para avergonzarme de su ladridos.
Salud, augusto, y no cantes; asesina,
pero no hagas versos; envenena, pero no bailes; incendia, pero no toques la
cítara! “Estos son los deseos y el último consejo del Arbiter
Elegantiorum."
CARTA DE DESPEDIDA DE PETRONIO A
NERÓN
"Bien sé, divino César, que me
esperas con impaciencia, y que tu leal corazón de amigo fiel padece con mi
ausencia. No ignoro que está dispuesto a colmarme de honores, a nombrarme
prefecto de la guardia pretoriana y a mandar a Tigelino que torne ser lo que a
los dioses les plugo que fuera: mulero, en las fincas que heredaste después de
envenenar a Dominicio; pero, divino, tengo que excusarme…
Por el Averno, y más particularmente por
las sombras de tu madre, de tu esposa, de tu hermano y de Séneca, te juro que
no puedo ir a verte. La vida es un tesoro y me vanaglorio de haber sacado de él
los materiales con que he hecho, para disfrutarlas, las más preciadas joyas;
pero también hay en la vida cosas que no tengo resignación para soportarlas
más. No creas, te lo ruego, que me ha herido profundamente el que asesinaras a
tu madre, a tu mujer y a tu hermano; que me he indignado porque incendiaras a
Roma y enviarás al Erebo a todos los ciudadanos honrados de tu imperio; no,
amadísimo nieto de Cronos: la muerte es el fin natural de todos los seres y no
era dable esperar de ti otras proezas.
Pero tener que soportar por largos años
tu canto que me destroza los oídos, ver tu barriga digna de Domicio, y tus
flacas piernas dando grotescas volteretas en la pírrica danza; escuchar tu
música, oírte declamar versos que no son tuyos, desdichado poetastro de
suburbio, son cosas verdaderamente superiores a mis fuerzas y a mi paciencia, y
han acabado por inspirarme el irresistible deseo de morir. Roma se tapa los
oídos por no oírte, y el mundo se ríe de ti y te desprecia. En cuanto a mí, no
puedo continuar avergonzándome de tu insignificancia, ni aunque pudiera lo
querría. ¡No puedo más!
Los ladridos de Cerbero serán para mí
menos molestos que tu canto, aunque a él se parezcan; porque, al fin y al cabo,
nunca fui amigo de Cerbero, no tengo motivos para avergonzarme de su ladridos.
Salud, augusto, y no cantes; asesina,
pero no hagas versos; envenena, pero no bailes; incendia, pero no toques la
cítara! “Estos son los deseos y el último consejo del Arbiter
Elegantiorum."
V
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